martes, 14 de enero de 2014

EL REINADO DE LOS HUÉRFANOS, una novela de Xavier Cristóbal

EL REINADO DE LOS HUÉRFANOS
 una novela de Xavier Cristóbal


JUNIO DE 1908: Seiscientos sesenta y seis adolescentes indestructibles se autoproclaman reyes del mundo. 

NAVIDADES DE 1936: La Guerra Civil ha estallado en España y se dirige a la ciudad de San Sebastián. La resistencia planea usar un arma definitiva contra los Monarcas. El destino de todo el planeta está en manos de tres jóvenes que ocultan secretos. 

'El reinado de los huérfanos' es mi primera novela y desde aquí os invito a leer los primeros cinco capítulos. En ellos se narra todo lo sucedido antes de que la trama salte al año 1936 y conozcamos a los protagonistas. Es un relato de 197 páginas (o de 273 páginas, dependiendo del interlineado) en el que he combinado mi pasión por la fantasía y la Historia, una de mis asignaturas favoritas en el colegio y el instituto. A la hora de escribir he buscado dotar a esta novela de una narrativa cinematográfica y conseguir una historia entretenida, sorprendente y de lectura ágil. Humildemente, os pido que le deis una oportunidad y que os animéis a enviarme vuestras opiniones, ya sean breves, extensas, positivas o negativas. Todas cuentan y todas son importantes para mí. Podéis dejar aquí vuestros comentarios, en el facebook de la novela:

 https://www.facebook.com/elreinadodeloshuerfanos

o enviármelos a mi correo: xavicristobal@gmail.com. También me gustaría saber si os quedáis con ganas de leer más capítulos o no. Por último, sólo desearos una agradable lectura y agradeceros vuestro tiempo y atención. Y ahora cedo la palabra a los que vais a ser los protagonistas a partir de ahora, los lectores.


SINOPSIS
Un misterioso hombre recluta 666 adolescentes y los conduce hasta Tunguska. El 30 de junio de 1908 cae  allí un extraño meteorito que los transforma en seres indestructibles. Un mes después, esos adolescentes se apoderarán de todos los gobiernos del mundo y se autoproclamarán monarcas.
28 años después, España está inmersa en una guerra civil por culpa de sus caprichosos monarcas. La Navidad de 1936 está a punto de llegar a San Sebastián, ciudad donde se decidirá el destino del mundo. Hasta allí llegan tres jóvenes cargados con sus respectivos secretos. Un dibujante de tiras gráficas y un millonario norteamericanos se enamorarán de una profesora en prácticas, justo en el momento en que la resistencia planea utilizar un arma que podría destruir a los monarcas. 
Como Bonus extra, la novela contiene diversos cameos de importantes personajes históricos. Todos ellos desfilarán animosamente a lo largo de la trama y acompañarán al lector hasta el desenlace de la misma.

A continuación, también os dejo un vídeo presentación donde podéis ver una muestra de mis trabajos en los ámbitos del cine, la animación, la ilustración y el cómic.




ÍNDICE DE CAPÍTULOS
(para leerlos sólo tenéis que clickar encima de cada capítulo)






BONUS EXTRA:

*Ilustraciones y concepts basados en el argumento de la novela 'El reinados de los huérfanos'.

*Animática para una escena del capítulo 1 de la novela 'El reinado de los huérfanos'



*Animática para una escena del capítulo 5 de la novela 'El reinado de los huérfanos':
Los Monarcas irrumpen en Madrid, el 31 de julio de 1908, mientras Fructuós Gelabert  
y Segundo de Chomón toman un café.



*Animática en 3D para una escena del capítulo 5 de la novela 'El reinado de los huérfanos':
Los Monarcas irrumpen en Madrid, el 31 de julio de 1908, mientras Fructuós Gelabert  y Segundo de Chomón toman un café.



'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 5

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 5

EL DÍA QUE CAMBIÓ TODO








Madrid (España), 31 de julio de 1908. 

            Aquella mañana una espesa niebla se había apoderado de buena parte de la ciudad. Los animales presentían que algo extraño iba a ocurrir. Las palomas, las golondrinas, los jilgueros y toda clase de pájaros se resistían a abandonar sus nidos. Las ratas también decidieron no salir de sus madrigueras y no por miedo a los felinos. Los gatos se encogían y se escondían dentro de sus mantas o agujeros donde habían dormido por la noche. Sus bigotes y pelaje estaban erizados presintiendo algo terrible. Sus ojos penetrantes escudriñaban las entrañas de la espesa niebla que lo tapaban todo pero sin resultado alguno. Los perros miraban nerviosamente a través de las ventanas pero ninguno ladraba. Aquella mañana ni los gallos habían cantado anunciando el amanecer. La ciudad permanecía en silencio mientras la espesa niebla avanzaba sigilosamente por las calles.
            Ajenos a los inquietantes presentimientos del reino animal, dos hombres desayunaban en la cafetería del hotel Rusia. Uno de ellos se llamaba Fructuós Gelabert y el otro se llamaba Segundo de Chomón. Una maleta estrecha y alargada estaba depositada en el suelo, al lado de la silla de Fructuós. Los dos tomaban chocolate con churros mientras mantenían una agradable conversación matinal y leían atentamente una edición del diario ABC. Un camarero, detrás de la barra, limpiaba los vasos con un paño blanco.
            -Hoy no dan ninguna película nueva. Mejor. Así tendremos la tarde libre para rodar –dijo Fructuós.
           -Veo que siempre comienzas a leer el diario por el final –le dijo Segundo.
            -¿Acaso no son más interesantes de leer las noticias de cultura que las de política o internacional?
            Segundo asintió sonriendo mientras cogía un churro, lo untaba exquisitamente en el tazón de chocolate y le daba un delicioso mordisco. Segundo volvió a centrar su mirada en su diario, que tenía abierto por la sección de internacional.
            -¿Crees en el destino?
            -¿Por qué lo preguntas? –quiso saber Fructuós, que seguía leyendo atentamente el diario.
           -Míranos a nosotros. En mil ochocientos noventa y seis los dos estábamos en París y vimos la película del regador regado de los Lumière. Hasta es posible que coincidiéramos en la misma sesión.
            -Cierto. Recuerdo que tenía veintidós años cuando la vi. Me  impresionó tanto aquel invento que aquel día decidí que dedicaría mi vida al cine –explicó Fructuós, muy entusiasmado.
            -Resulta irónico que tiempo después los hermanos Lumière llegasen a decir de su propio cinematógrafo que el cine era una invención sin ningún futuro -comentó Segundo, mientras daba otro mordisco a su churro untado en delicioso chocolate.
            -Tenían poca fe en su propio invento. Una lástima… ¿Qué decías de creer en el destino? –Fructuós le invitó a recuperar el hilo de la conversación.
            -El destino… pues que los dos casi coincidimos viendo una película en París… Nos apasiona el cine… Tú te construiste tu propia cámara y rodaste una película a la que titulaste Choque de dos trasatlánticos. Yo también me construí mi propia cámara cinematográfica y rodé una película a la que titulé Choque de trenes –Segundo hablaba con gran convencimiento en su discurso-. Nos conocimos en Barcelona, durante el estreno de mi película El heredero de casa Pruna.
           -Que yo te reconocí luego que me inspiró para mi siguiente película, Los guapos de la vaquería del parque –le interrumpió Fructuós.
            -Sí. Tú reconociste haberla imitado y haber cambiado las mujeres por hombres en tu película –le interrumpió Segundo.
            -Cierto. Luego tú rodaste Los guapos del parque que era una versión de mis guapos.
            -Pero la hice porque Macaya y Marro me lo pidieron –se justificó Segundo.
            -Cierto. No te podías negar a la Hispano Films. Pagan bien –reconoció Fructuós-… Conclusión. Aparte de conocernos, ¿qué más ha hecho el destino por nosotros? A ti te gusta hacer chocar trenes y a mí trasatlánticos –sentenció Fructuós.
            -Que pragmático eres –le dijo Segundo, muy rotundo.
            -Sí, lo soy. Lo reconozco –le replicó Fructuós-. Míranos a dónde nos ha conducido el destino. Estamos aquí en Madrid, tomando un buen chocolate con churros y hablando de nuestros próximos proyectos. Tú, trabajando para la Pathé Frères y rivalizando con las películas de Méliès. Yo, trabajando en Barcelona porque he rechazado una oferta para irme a trabajar con la Edison a América.            -¿Y te quejas?
           -No… aunque pareciera que estaba refunfuñando no me estaba quejando… Sinceramente, creo que los dos estamos somos unos afortunados pues disfrutamos de nuestro trabajo.
            -Si tuviera una copa de vino a mano brindaría por ello –dijo Segundo, alegremente.
            -Si quieres podemos pedirla.
           -¿A estas horas?
           -Cualquier hora es buena para brindar con vino –le contestó Fructuós.       Segundo asintió y volvió a centrar su mirada en el diario. Fructuós hizo lo mismo. Los dos estuvieron leyendo en silencio casi diez minutos. Algo inaudito para ellos.
           -He encontrado una noticia de la que podríamos hacer una buena película- interrumpió Fructuós.
            -Yo también –dijo Segundo.
            -Tú primero.
            -No. Tú, primero, por favor –le rogó Fructuós.
            -Está bien. Yo primero. Me he dado cuenta de que este mes apenas he prestado atención a mis escasas lecturas del diario. He leído que en las últimas semanas se han producido unas extrañas apariciones y desapariciones por casi todos los países del mundo. Dicen que, aproximadamente, unos quinientos chicos y chicas aparecen y desaparecen a la velocidad del relámpago. En muy pocas ocasiones se les ha oído hablar entre ellos pero algunos testigos dicen que creen haberles oído hablar en arameo. Se ve que han aparecido en mil lugares diferentes, miran alrededor suyo y desaparecen. La prensa ha bautizado este fenómeno como
            -El mes de los fantasmas –le interrumpió Fructuós-. Lo sé. Yo también he estado leyendo lo mismo pero en las noticias de aquí. Esos muchachos se han dejado ver en Barcelona, Valencia, Bilbao, Madrid, Sevilla y muchos pueblos. Dicen que ayer fue el primer día de este último mes en el que no se produjo ninguna aparición de estos chicos.
            Fructuós y Segundo hicieron una pausa y dieron un mordisco a sus respectivos churros untados de chocolate.
            -¿Qué película harías sobre esta noticia? –preguntó Segundo.
            -Yo haría una en la que estos chicos y chicas apareciesen misteriosamente dentro de un cuartel del ejército en medio de la noche. Despertarían a todos los soldados y éstos los perseguirían por todos los lados. Nunca los cogerían porque los chicos no pararían de aparecer y desaparecer… ¿Y tú? ¿Cómo sería tu película?
            -Mmm… En mi película esos chicos y chicas aparecerían en un castillo y allí serían sorprendidos por unos gigantes que también aparecerían y desaparecerían como ellos. Los chicos se asustarían al ver los gigantes y huirían, apareciendo y desapareciendo por todo el castillo. Al final, los chicos y los gigantes aparecerían y se caerían al suelo agotados de cansancio. Entonces aparecería un mago que organizaría un boda entre un gigante y una muchacha y entre un muchacho y una giganta.
            Segundo permaneció en segundo a la espera de la respuesta de su compañero.
            -Iré a verla –dijo Fructuós, finalmente.
            Segundo sonrió. En ese instante oyeron varios disparos y cañonazos a lo lejos. Los dos se giraron instintivamente hacia la ventana. El camarero dejó de limpiar y también miró en la misma dirección. Durante unos segundos nadie habló. Volvieron a oírse más disparos y cañonazos pero esta vez más cerca. Fructuós y Segundo miraron al camarero que se encogió de hombros y arqueó los ojos. Los sonidos de disparos y cañonazos aumentaron de intensidad. Fructuós se agachó para coger su maleta.
            -Coge tu cámara. Una película nos espera ahí fuera –dijo Fructuós, con una mezcla de entusiasmo, temor y excitación.
            -La he dejado en la habitación –dijo Segundo.
            -¡Nunca salgas sin tu cámara! ¡Sígueme! –le gritó Fructuós.

            Segundo ayudó a Fructuós a transportar la maleta larga y estrecha hasta el exterior del hotel. La depositaron con cuidado en el suelo. No había nadie en la calle. Sólo una espesa niebla que apenas dejaba ver los edificios más cercanos. Los disparos y cañonazos ahora se vieron acompañados de algunos gritos de personas. Fructuós y Segundo se miraron un instante y entonces tuvieron muy claro lo que iban a hacer. Abrieron la maleta y comenzaron a montar las diferentes piezas de la cámara que Fructuós se había construido unos años atrás. Los disparos y los cañonazos comenzaron a sonar demasiado cerca. Fructuós ya estaba dando vueltas a la manivela y rodando. Segundo había revisado la óptica de la cámara y que el trípode estuviera bien colocado. La cámara apuntaba hacia una calle de donde parecían provenir los disparos, cañonazos y gritos. De repente, entre la niebla surgió un camión militar por los aires que se estrelló contra un edificio, a escasos veinte metros de dónde estaban ellos. Los dos cineastas no se inmutaron y siguieron atentos a su trabajo. Varios soldados aparecieron por la misma calle por donde aquel camión había sido lanzado por los aires. Se giraron y siguieron disparando, aterrorizados. Un soldado, lanzado velozmente por los aires, los arrastró consigo y todos se estrellaron contra una pared. Todos murieron al instante. Segundos después, varios soldados comenzaron a caer del cielo y todos morían como consecuencia del impacto. El sonido de los gritos mientras caían y de cómo se quebraban los huesos al estrellarse contra el suelo era estremecedor. Segundo se santiguó mientras Fructuós seguía dando vueltas a la manivela, aunque sudoroso y con un nudo en el estómago. En ese instante otro tanque caía del cielo. Segundo lo vio justo a tiempo para agarrar la chaqueta de Fructuós y estirar de ella con todas sus fuerzas. Los dos cayeron con violencia al suelo. La cámara cinematográfica también cayó al suelo y su óptica vio cómo un tanque le caía del cielo y la aplastaba.

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'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 4

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 4

UN REGALO DEL CIELO









Tunguska (Rusia), 30 de junio de 1908.

Una espesa niebla recorría el bosque. El sol estaba saliendo y algunos rayos de luz se colaban entre las copas de los árboles. Aquella mañana había un extraño silencio en el bosque. De pronto, en un claro del bosque, la niebla dejó entrever la silueta del hombre del maletín. Detrás suyo había seis cientos sesenta y seis jóvenes. Más concretamente, tres cientos treinta y tres chicos y tres cientos treinta y tres chicas. Todos ellos tenían dieciséis años de edad. Eran de diferentes razas y provenían de todas las partes del mundo. Estaban distribuidos en ciento once filas de seis  personas. Todos estaban de pie, inmóviles y con la mirada perdida en el horizonte. Todos miraban en la misma dirección en que lo hacía el hombre del maletín, que estaba de espaldas a ellos. Simon ocupaba el número uno de la fila uno.  El hombre del maletín  se ajustó el sombrero con la mano que no sujetaba el maletín y comenzó a hablar con una voz poderosa y profunda.
-Este es el lugar donde debemos esperar. –el hombre se giró hacia los jóvenes-. ¡Mi trabajo concluye aquí! ¡Estáis en este bosque para recibir un regalo que caerá del cielo! ¡Y cuando despertéis de este sueño... cambiaréis el mundo! ¡Vosotros sois la voz de un nuevo orden mundial! ¡Ahora no entendéis nada pero muy pronto lo comprenderéis todo!
El hombre del maletín hizo una pausa para mirar un momento hacia el cielo. Cerró los ojos y contó mentalmente hasta seis. Luego volvió a mirar a los jóvenes que tenía delante suyo.
-¡El regalo está cerca! –dijo triunfante.
            En ese momento comenzó a oírse un zumbido en el cielo. El hombre del maletín miró hacia arriba y sonrió. A través de las copas de los árboles vio cómo una grandiosa y humeante bola de fuego, brillante como el sol, cruzaba el cielo. El hombre del maletín miró de nuevo a los seis cientos sesenta y seis jóvenes allí reunidos.
-¡Aceptad este regalo de las estrellas y que tengáis un viaje placentero! -exclamó, extendiendo los brazos en cruz y elevando la mirada hacia el cielo.
            Les dio la espalda a los jóvenes y se preparó para ver el espectáculo. Instantes después, se oyó una fuerte explosión en los alrededores. Un resplandor cegador avanzó vertiginosamente por el bosque, tragándoselo todo a su paso. El hombre del maletín había desaparecido. En ese instante, Simon y el resto de jóvenes parecieron despertar por un momento del trance en el que se encontraban. El resplandor engulló  a todos los jóvenes.


            El sonido de la explosión espantó a una bandada de pájaros, que fueron engullidos por el resplandor blanco cuando levantaban el vuelo. En el río Podkamennaya, unos cazadores echaron a correr pero el resplandor blanco también los hizo desaparecer. En unas montañas, no muy lejos de allí, dos perros ladraban al cielo. Un rebañó de ovejas se asustaba y echaba a correr, ante la mirada atónita de un pastor que no podía creer lo que veía en el cielo. A lo lejos, un extraño hongo comenzaba a cobrar forma entre nubes de fuego. Cincuenta kilómetros más allá las tiendas de un campamento de tunguses vieron atónitos cómo sus tiendas volaban por los aires. Algunos pastores de renos también vieron cómo se formaba aquel hongo de brillo cegador y pensaron que había llegado el fin del mundo. Se abrazaron entre ellos y rezaron en silencio.


A seis cientos kilómetros de allí, en el distrito de Kansk (Rusia), varios caballos fueron derribados al suelo por una misteriosa onda invisible, proveniente del lugar de la explosión. Esa onda invisible también lanzó al agua a algunos barqueros del lugar. Los habitantes de aquella zona comprobaron con estupor cómo las casas temblaban, como si fueran un pastel. Las mujeres cogieron a sus hijos y salieron espantadas de sus casas cuando vieron que las tazas, jarras y otras piezas de cerámica, que había en las estanterías, se rompían solas. Los cristales de las ventanas también estallaron. El mundo se había vuelto loco. Todo era un caos. Unos kilómetros más allá,  el maquinista del Transiberiano –el ferrocarril que recorría más de nueve mil kilómetros, atravesaba Rusia, Mongolia y China y conectaba las ciudades de Moscú y Vladivostok-  notó con pavor cómo vibraban los vagones y los raíles de la vía. El maquinista temió que el tren pudiera descarrilar y no se lo pensó dos veces cuando decidió frenar el tren. Los pasajeros no se quejaron ante tal decisión, pues ellos también notaban vibrar el suelo de los vagones bajo sus pies.

Las agujas de los sismógrafos, de numerosas estaciones sismográficas de Europa, se volvieron locas. Nunca habían registrado un temblor de tanta intensidad. En Inglaterra, una estación barográfica alcanzó a detectar las fluctuaciones que se produjeron en la presión atmosférica, tras la misteriosa explosión. Los científicos no daban crédito a las mediciones de sus aparatos, que se salían de toda escala prevista por ellos.


Astillas y trozos de ramas en llamas revoloteaban salvajemente en el aire de Tunguska, agitados por un aire huracanado. El ruido era ensordecedor. Había mucho polvo en el aire y no se podía ver nada. El tiempo parecía que se hubiera detenido. Transcurrieron unos segundos que se hicieron eternos y el huracán cesó. El polvo y las cenizas comenzaron a asentarse y dejaron entrever las siluetas de los seis cientos sesenta y seis jóvenes que estaban allí, en el momento de la explosión cegadora. Todos permanecían de pie, inmóviles, con las miradas perdidas en el horizonte. No tenían ninguna herida.  Sus ropas estaban rotas, quemadas y sucias. No había rastro del hombre del maletín. Probablemente se hubiera volatilizado. El bosque estaba completamente arrasado. Todos los árboles en un área de más de dos mil kilómetros cuadrados estaban incendiados y derribados. Los seis cientos sesenta y seis jóvenes comenzaron a despertar de su trance. Se miraban a ellos mismos como si fuera la primera vez que veían su propio cuerpo. Se miraban el pecho y los brazos. Sentían los latidos de sus corazones más fuertes que nunca. Simon observaba sus manos. Se sentía poderoso y sonrió. Todos sintieron como si una gran energía recorriese sus venas. En ese momento de extraña revelación comenzó a llover. Era una lluvia negra, cuyas gotas resbalaban por sus pieles y arrastraban las cenizas que había pegadas en sus cuerpos. Cerraron los ojos para saborear mejor el tacto de aquella lluvia redentora. Cuando los abrieron todos sabían lo que tenían que hacer. Los seis cientos sesenta y seis jóvenes comenzaron a caminar, lenta pero triunfalmente, en todas las direcciones y abandonaron aquel bosque dantesco.

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'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 3

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 3

EL BREBAJE









            En algún lugar de Siberia (Rusia), 23 de junio de 1908.

           El amanecer había llegado al campamento y sólo unas pocas hogueras permanecían encendidas. Sólo una docena de jóvenes se mantenían en   pie. Tambaleantes y sangrantes. Pertenecían a países como Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Italia, Rusia, China o Japón. Sus cuerpos estaban llenos de magulladuras, arañazos, mordiscos y moratones. Poco más de veintitrés adolescentes se hallaban sentados en el suelo y recuperando la respiración. Sus cuerpos también estaban llenos de heridas. El resto de los seis cientos sesenta y seis jóvenes estaban tumbados en el suelo. Algunos inconscientes y otros permanecían quietos a la espera de que sus líderes les dijeran algo. Muchos se quejaban en silencio de sus heridas y unos pocos no podían evitar clamar al cielo sus quejidos agónicos. El joven campesino era uno de los pocos adolescentes que permanecía sentado en el suelo, a duras penas. Según las estrellas y el hombre del maletín, Simon se convertiría en un rey. Veinte metros por detrás del joven campesino, apareció el hombre del maletín que había estado en lo más espeso del bosque mientras tenían lugar los combates entre aquellos imberbes e inexpertos gladiadores. El hombre se dirigió hacia unas de las pocas hogueras que seguían encendidas en el centro del campamento. Cogió una cazuela grande de porcelana y un cubo metálico que estaba lleno de agua. Lo vació dentro de la cazuela. Seguidamente colocó la cazuela encima de la hoguera y puso a hervir el agua. Se sentó encima de una piedra y abrió su maletín. Extrajo diversas hierbas que había cogido en el bosque y las arrojó a la cazuela, mientras el agua comenzaba a coger temperatura de ebullición. Volvió a introducir la mano en su maletín y sacó varios frascos pequeños de cristal con diferentes contenidos líquidos. Los vertió todos dentro de la cazuela. Guardó los frascos y sacó una bolsa pequeña de tela. La abrió y arrojó a la cazuela toda la tierra oscura que había en su interior. Finalmente, guardó la bolsa pequeña en el maletín y cogió un palo de madera que había en el suelo. Con él comenzó a dar vueltas a aquel extraño caldo, mientras el agua comenzaba a hervir.



            Era casi mediodía y los seis cientos sesenta y seis adolescentes tambaleantes, magullados y heridos habían formado una única fila. Los ganadores eran los primeros y los perdedores les seguían a continuación. Simon era el primero de la fila y observaba atentamente al hombre del maletín. Éste, con suma paciencia, seguía removiendo el caldo que estaba haciendo. Había adquirido un color verde oscuro y el agua burbujeaba lentamente. El hombre dejó de dar vueltas al caldo y depositó el palo de madera en el suelo. Cogió un cucharón y un vaso metálicos. Introdujo el cucharón en la cazuela y lo sacó lleno de caldo. El hombre cerró los ojos y aspiró el aroma, nada agradable, que desprendía aquel caldo. Sonrió. El caldo estaba en su punto. Abrió los ojos y dirigió la mirada a todos los jóvenes.
            -Bebed este brebaje y vuestras heridas sanarán. Luego, cambiaros de ropa y emprenderemos el camino.

            El hombre vertió una pequeña cantidad de caldo en el vaso metálico y se lo ofreció a Simon. Éste cogió el vaso y se bebió todo el caldo. Tenía un sabor repugnante pero no protestó. Entregó el vaso al hombre y se dirigió hacia su tienda. El hombre del maletín volvió a verter una pequeña cantidad de caldo en el vaso y se lo ofreció al siguiente adolescente. Una chica cogió el vaso, se bebió el caldo de sabor asqueroso, entregó el vaso al hombre y se fue a su tienda. Todos estos movimientos se repitieron hasta que el último adolescente bebió su parte del caldo. Cuando el último joven se dirigió a su tienda, el hombre del maletín miró hacia la cazuela y sonrió. Ya no quedaba nada de caldo.

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'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 2

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 2

NOCHE DE PELEAS









En algún lugar de Siberia (Rusia), 23 de junio de 1908.

            Era una noche clara y fría. Todavía faltaban tres horas escasas para el amanecer. El cielo estaba lleno de estrellas y de entre todas ellas una destacaba especialmente por su fulgurante brillo. En un claro del  bosque había ciento once tiendas y ciento once hogueras encendidas. Alrededor de las hogueras había seis cientos sesenta y seis adolescentes de dieciséis años de edad, mitad chicas y mitad chicos. Había de todas las razas y venían de todos los rincones del mundo. Todos ellos estaban repartidos por las diferentes tiendas y la mayoría se acurrucaban alrededor de las hogueras. Algunos se frotaban las manos y otros se abrazaban fuertemente a sí mismos. Nadie hablaba y sólo se oía el viento y, ocasionalmente, algún pájaro cantar. Todos miraban en una misma dirección. Hacia el interior del bosque. Por un allí se había adentrado, una hora antes, el misterioso hombre del maletín. Todos tenían una mirada perdida, casi vacía. De repente, oyeron unas pisadas que se acercaban al campamento. Las pupilas de todos los adolescentes se dilataron para ver mejor en la oscuridad. De entre las sombras surgió el hombre del maletín y se dirigió al centro del campamento. Simon fue el primero que lo vio. El hombre del maletín se detuvo y esperó a que todos los adolescentes vinieran hacia él. Poco a poco se levantaron y comenzaran a caminar hacia el centro del campamento. Su mirada seguía perdida, como si fueran auténticas almas en pena. A medida que iban llegando al centro del campamento comenzaron a formar un círculo alrededor del hombre del maletín. Cuando llegaron los últimos, el hombre del maletín sonrió y comenzó a hablar.
            -Las estrellas me han vuelto a hablar esta noche. Ya estamos todos y dentro de una semana alcanzaremos nuestro destino… -hizo una pausa-… pero antes tenéis que hacer algo. Os agruparéis según vuestros países de procedencia y pelearéis entre vosotros. Los ganadores de cada grupo serán vuestros líderes y les juraréis obediencia. Los ganadores se convertirán en reyes y los perdedores en príncipes. Finalmente, los reyes pelearán entre ellos y los perdedores jurarán obediencia a los ganadores… -volvió a hacer una pausa, que aprovechó para mirar a todos los jóvenes que le miraban con ojos inexpresivos-...¡Que comience el juego! –gritó el hombre del maletín.

            En ese extraño instante, las miradas vacías de los jóvenes se convirtieron en miradas llenas de furia. Los seis cientos sesenta y seis adolescentes se agruparon, instintivamente, según su país de nacimiento tal y como les indicó el hombre del maletín. Todos ellos esperaron a que los diferentes grupos estuvieran formados. Los grupos más numerosos estaban formados por jóvenes pertenecientes a países como China, Rusia, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Prusia, Arabia, Persia, Indostán, Japón, Corea, Patagonia o Brasil. Entre los grupos menos numerosos había adolescentes de países como Belutschistán, Turquestán, Nubia, Abisinia, Guinea española, Filipinas, Nueva Granada, Suiza, Bosnia-Herzegovina, Turquía europea, Trípoli, Guayanas o Antillas.  Todos los adolescentes miraron al unísono al hombre del maletín. Inmediatamente después comenzaron a pelear salvajemente entre ellos. Chicos contra chicos y chicas contra chicas. Chicos contra chicas y chicas contra chicos. Se lanzaban  patadas, bofetadas y puñetazos. Se mordían y se estiraban de los cabellos. Nadie hablaba. Sólo se oían gritos y quejidos. Todo este dantesco espectáculo se prolongó hasta el amanecer.

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'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 1

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 1

EL VISITANTE








Campos de Illinois (Estados Unidos), 13 mayo de 1908

Una estrella brillaba en el cielo. Los primeros rayos del sol despuntaban en el horizonte. El trigo era movido por un fino y cálido viento de primavera. A lo lejos, se oían unas pisadas que se iban acercando. Entre el trigo iba caminando un joven campesino de dieciséis años de edad, recién afeitado. Vestía pantalones tejanos de tirantes, un sombrero de paja y llevaba una azada al hombro. Mientras caminaba, el joven miró ligeramente a su derecha y vislumbró a lo lejos la figura de un hombre de unos cincuenta años de edad, que estaba de pie y mirando cómo salía el sol. Tenía el cabello canoso y apenas había arrugas en su rostro. Vestía abrigo y sombrero oscuros y sujetaba un maletín negro en su mano derecha. El joven se detuvo para observar mejor al hombre del maletín, que estaba de espaldas a él. El muchacho  hizo un gesto de extrañeza y comenzó a caminar de nuevo hacia aquel hombre. A medida que las pisadas se acercaban más, el hombre del maletín comenzó a sonreír. Era una sonrisa llena de bondad.
-Bonita mañana, ¿no te parece? –dijo el hombre sin girarse para mirar al joven .
            -¿Nos conocemos? –preguntó el joven, mientras se llevaba la mano a la parte delantera del sombrero y lo inclinaba ligeramente hacia delante, para protegerse del fulgurante brillo de los rayos del sol. El muchacho se detuvo a tres metros del hombre, que continuaba dándole la espalda.
-Todavía no... pero estamos empezando a hacerlo. –contestó el hombre, que se dio la vuelta y se quedó de frente al joven-. ¿Te puedo hacer una pregunta?
-Usted dirá.
-¿Crees en el cielo y en el infierno?
-Dicen que el cielo es muy luminoso y el infierno muy oscuro. –contestó el joven.           
-¿Y crees en los ángeles y en los demonios?... ¿Y en los ángeles caídos?
-  Eso ya son dos preguntas. –replicó el joven.
El hombre inclinó ligeramente la cabeza, sonrió un poco y esperó tranquilamente la respuesta. El joven se tomó unos segundos antes de contestar.
-Todavía no he visto a ninguno. –dijo finalmente.
            El hombre esbozó una sonrisa ambigua.
-Yo creo que a veces los tenemos a nuestro lado y no nos damos cuenta de ello... ¿Crees en las profecías? –volvió a preguntar el hombre.
-Sólo cuando se cumplen.
            -Buena respuesta –reconoció el hombre-. Verás… Hace mucho tiempo existió un profeta llamado Miguel de Nostradamus...
            El hombre hizo una pausa y se giró hacia la salida del sol, volviendo a dar la espalda al joven.
- Nostradamus predijo que un día bajaría del cielo un gran rey del terror y asolaría la tierra...  –prosiguió el hombre.- Ahora sé que ese día está muy cerca.
            El joven se sintió algo incómodo al oír esas palabras.
- Oiga… Si va a visitar a algún paciente y se ha equivocado de pueblo… tal vez yo lo pueda ayudar… porque ¿usted es médico...?
- Gracias por la ayuda... pero no estoy perdido. –contestó el hombre con firmeza.
            El joven hizo un gesto de extrañeza.
- Sé que muchas mañanas vienes aquí a contemplar el amanecer y sueñas con cambiar el mundo.
            - ¿Cómo sabe eso? – quiso saber el muchacho, sorprendido.
- Simplemente lo sé.
- Escuche, supongo que está de paso... pero yo tengo que trabajar. Así, que si me disculpa... – habló el joven, un poco molesto, mientras se daba la vuelta para irse en otra dirección.
- Yo también tengo trabajo... Simon Siegel–dijo el hombre con voz profunda, a la vez que se giraba hacia el sorprendido joven-... Te diré algo… Una estrella me ha hablado y me ha pedido que busque a los seis cientos sesenta y  seis huérfanos y los guíe hasta su destino... Esa estrella me ha guiado hasta aquí. Tú eres huérfano. Eres uno de los elegidos y cambiarás el mundo. Juntos traeréis un nuevo orden... que eso sea bueno o malo sólo dependerá de vosotros –predijo el hombre del maletín mientras hacía un ademán hacia su derecha.
Simon miró en la dirección que indicaba el brazo del hombre y vio asomar por el horizonte a un centenar de jóvenes, chicas y chicos, de su misma edad.
-Ahora, debes seguirme y acompañarnos en la búsqueda de los otros elegidos. Esa estrella nos guiará.

            El hombre del maletín señaló con un gesto enérgico al joven campesino. En cuestión de segundos, Simon pasó de tener una mirada perpleja a tener una mirada perdida, casi vacía. La azada se le cayó al suelo y permaneció inmóvil, mientras el suave viento le recorría la piel. El hombre del maletín comenzó a caminar silenciosamente en dirección contraria al sol, hacia donde le esperaban los otros adolescentes. Simon le siguió de cerca, en silencio, como si fuera su esclavo. Ahora se divisaban unos nubarrones de tormenta en el horizonte, que tapaban algo la luna. Un trueno hueco se oyó en la lejanía, por donde se perdían el sonido de las pisadas del misterioso hombre del maletín y su centenar de jóvenes seguidores.